Hace unos días terminé de leer La bailarina de Auschwitz, al llegar a la última página sentí una mezcla de emociones que me resulta difícil describir. Creo que la tristeza y la fe fueron los dos principales sentimientos que Edith Eger me provocó con todo lo que plasmó en su libro. Ella es la autora y protagonista de esta historia que se desarrolla en un campo de concentración Nazi.
No pude
evitar preguntarme a qué se debe que algunas personas logren enfrentar con
valentía los eventos desafortunados de su vida, mientras que otros se aferran a
ser víctimas constantes de la historia, llevando como estandarte aquello que
les ha causado tanto dolor, como si con ello la situación fuera menos difícil.
“El victimismo procede del interior, nadie puede convertirnos en víctimas más
que nosotros mismos”, es una de las muchas frases que Eger escondió en esta, su
primera obra, con la que parece que dio la mejor terapia de su vida para la
humanidad.
Ella soñaba
con ser bailarina, estudió ballet y fue seleccionada a los dieciséis años en el
equipo olímpico, estuvo a punto de lograrlo, pero su ilusión se vio frustrada
por ser judía. Una noche los soldados tocaron a su puerta y Edith, junto con su
familia fueron llevados a un campo de concentración. Es con este acontecimiento
que se desarrolla la primera parte del libro, donde se ofrecen detalles crueles
que arrugan el alma. No puedo más que externar mi admiración hacia Edith, su
actitud de valentía y el modo en que ha aferrado su existencia para llenar de
vida su vida. Con su testimonio ella deja claro que siempre tenemos la
posibilidad de decidir sobre cómo nos sentimos frente a las circunstancias que
nos ocurren.
Y tú, ¿Cómo estás enfrentando tu campo de concentración personal?,
¿estás trabajando para convertirte en la persona que deseas ser?, ¿estás
llenando de vida tu vida?